Llevarse bien con el jefe
Para promocionar en un empleo, y abrirse camino en la escala corporativa, hace falta algo más que cualificaciones, suerte, méritos o confianza… hace falta llevarse bien con el jefe. La mala relación con el jefe inmediato superior afecta al trabajo, pero también tiene consecuencias en otras esferas de la vida, incluida la familiar y el estado de salud del trabajador: síntomas como: estrés, insomnio, inseguridad, fatiga, baja autoestima… o una mezcla de todo ello, tanto a nivel psicológico como físico.
La mayoría de trabajadores que afrontan este problema dimiten con la esperanza de que en el nuevo trabajo disfruten de una mejor atmósfera. Y así, una mala relación se traduce en la búsqueda de un nuevo empleo. El 70% de las personas que cambian de trabajo lo hacen por su mala relación con su jefe inmediato.
Estudios de la empresa Gallup destacan que los empleados renuncian para dejar a los jefes y no a las empresas. La misma agencia concluyó, en el mercado estadounidense, que una mala relación con el superior inmediato es la primera causa para renunciar a un empleo. Y por tanto, supera a otras razones que podrían parecer más importantes como: el nivel salarial, la falta de promoción, el exceso de horas extras no retribuidas o el trabajo en sí mismo.
Más datos: seis de cada diez empleados “no confían en su jefe”, y una tercera parte se lamenta de que “nunca les escucha”, según una encuesta realizada por la consultora Otto Walter. Del otro lado las cosas no están mejor, la misma consultora llega a estas conclusiones: nueve de cada diez directivos opinan que es muy difícil contratar personas responsables, competentes, motivadas y comprometidas con la empresa.
La opción de quedarse en la compañía y darle la vuelta a la situación no es la favorita, según se deduce de las estadísticas. Pero quizá es la mejor. Sin duda, encontrar una vía de entendimiento favorecería al trabajador que así mejoraría sus habilidades. De otra parte, ¿quién le garantiza que en el siguiente empleo no le ocurrirá lo mismo? Ir de trabajo en trabajo, en búsqueda del ambiente perfecto, parece una utopía. Huir no parece una solución porque al final uno siempre acaba encontrándose consigo mismo y con sus debilidades. ¿Y si el reto no fuese sobrevivir a la relación y aguantar, sino convertir esa mala relación en algo completamente diferente y en una motivación para quedarse?
1. Decir lo que el jefe piensa. Hace al empleado irrelevante. Si no hay debate, aportaciones de valor, complementariedad, contraste, incluso diferencias… ¿para qué contratar a dos personas que idean lo mismo? Tal vez bastaría con una. Por esta razón, estar de acuerdo en todo no es una buena estrategia.
2. Decir lo que uno piensa. Hace al empleado rebelde. En el polo opuesto está el trabajador que siempre está en desacuerdo, llevando la contraria, buscando la polémica. Es una situación en la que no hay puntos en común, ni entendimiento, ni ganas de tenerlo. Y crea un ambiente explosivo que convierte el espacio laboral en una guerra de trincheras. Es un rol destructivo. Al fin y al cabo, nadie en su sano juicio dice siempre todo lo que piensa, por prudencia o respeto.
3. Decir lo que el jefe no piensa. Hace al empleado necesario. Cuando un empleado “sorprende” a su superior y hace aportaciones: diferentes, creativas, nuevas… añade valor al equipo; ya que proporciona una nueva mirada. Siendo así hay complementariedad, suma de criterios, aportación mutua de ideas, aprendizaje compartido. Es un rol constructivo. De las tres opciones, esta es la mejor porque crea sinergias y convierte al empleado en alguien valioso, más necesario y menos reemplazable que otros.
4. Entender las necesidades del jefe. Tener trabajo no significa que quien está en esta situación tenga claro para qué le contrataron y qué se espera de él o ella. La forma más rápida de saberlo es preguntando al jefe inmediato: ¿cuáles son mis objetivos prioritarios?, ¿qué resultados debo proporcionar?... Cuando se tienen presentes las necesidades del superior y los desempeños del cargo, todo es más fácil, no hay malentendidos y la relación fluye mejor.
5. Ser empático y ponerse en su lugar. De entre todas las expresiones de la inteligencia emocional, la empatía ocupa un lugar prioritario. Cada uno sabe cómo está, qué siente y qué piensa, pero a menudo olvida que el jefe también tiene que lidiar con todo eso. Tratar de imaginar qué le motiva, cuáles son sus preocupaciones y temores, incluso sus inseguridades, permitirá acercarse a la persona que hay detrás del profesional y poder entenderla mejor.
6. Proveer soluciones a los problemas. En lugar de dejar sobre la mesa del superior todos los problemas, conviene aportar opciones y posibles soluciones a medida que van surgiendo las dificultades. A nadie le gusta estar resolviendo todo a todos, resulta agotador. Cuando se llevan asuntos al jefe es una prioridad acompañarlos de posibles soluciones para discutirlas.
7. El jefe no es un amigo. El ámbito laboral y el profesional son diferentes y mezclarlos puede ayudar o puede perjudicar, pero no garantiza una mejor relación. Dos tercios de los empleados creen que no es posible ser amigo del jefe debido a los diferentes roles. Como siempre “el camino medio” es lo más prudente: no mantener una relación ni demasiado estrecha ni demasiado distante. Hay que huir del amiguismo y abrazar la profesionalidad. No hace falta ser íntimos, pero sí es necesario llevarse bien; son cosas distintas.
8. No tratar de “caerle bien”. Lo que los demás piensan es incontrolable. Por lo tanto, tratar de ser del agrado de un superior es una empresa perdida de antemano. Aunque podemos influir en lo que piensan los demás de nosotros, nunca podemos controlarlo, y estar pendiente de ello es una pérdida de tiempo y energía.
9. Mejorarse a sí mismo. En lugar de intentar arreglar la relación, ¿por qué no tratar de mejorar uno mismo? El mundo está lleno de gente tratando de cambiar a los otros, pero pocos intentan hacerlo consigo mismos. Las relaciones son un reflejo de las personas, si queremos cambiar los efectos, habrá que enfocarse en las causas. Y las causas dependen de todos y cada uno de los intervinientes. Cuando un trabajador transciende los problemas con su jefe, a menudo lo hace también con otros tipos de relaciones, ya sean personales o profesionales.
10. Centrarse en el trabajo. Tal vez el trato con el jefe no es el mejor, pero hay otras cosas buenas en el trabajo. Conviene recordar por qué se eligió ese trabajo y recuperar los elementos que hacen del puesto una buena opción. No todo es perfecto, pero tampoco todo es malo. Además, cuando se está enfocado en la tarea, los problemas se relativizan, hay prioridades más allá de uno mismo, y el bien del equipo, o del departamento, eclipsan otros objetivos.
Un jefe es un hombre que necesita a los demás”
Paul Valery
Tal vez, deberíamos huir de los patrones: o todo o nada, amigo o enemigo. Cuando el ego toma el control de una relación, desea poner la relación a su servicio y manipular al otro: si el otro se comporta como su ego desea, todo irá bien y será amigo; si no se comporta como espera, la relación se deteriorará y le declarará enemigo. Hay un camino medio de transformación que atañe a ambos: jefe y subalterno; y el poder está en las manos de ambos por que la relación es de los dos.
La asertividad es “el camino medio” en el cual una persona manifiesta su opinión, pero lo hace de un modo respetuoso y no agresivo. Manifiesta lo que piensa y siente, lo cual es indiscutible, ya que es su propiedad emocional y mental. Y no discute lo que hace o dice el otro, porque no le corresponde juzgar. En ese ámbito aséptico y no personal, el diálogo puede desarrollarse libre del ego de ambos, lo cual beneficiará a todos. Una vez más, dialogar con el jefe es la solución, no desde la rebelión o la sumisión, sino desde la asertividad.
Un cambio en la relación redundará en un entorno laboral más efectivo. El jefe respetará más a su subordinado y éste habrá mejorado sus habilidades comunicativas que le servirán para una promoción en ese puesto o en otro. Y una vez hecho ese cambio, y cuando la relación se normalice, entonces uno puede plantearse quedarse o marcharse (ya no es una huida) con la certeza de que la próxima relación con un nuevo responsable será un desafío para el que se cuenta con las habilidades que le permitirán afrontarlo con éxito.
Cuando los empleados también son líderes
“Todos tenemos un líder interior que está deseando que lo liberen. Todos poseemos una capacidad natural para dirigir que no tiene nada que ver con un cargo, ni con la edad, ni con dónde vivimos. Todos tenemos este potencial. Lo único que necesitamos es ser conscientes y reconocerlo. Si la gente de todas las organizaciones, de las empresas, de los Gobiernos, de las comunidades, de las escuelas abrazaran este concepto, el mundo entero se transformaría. Y una vez se despierta el líder interior, se ha de poner en práctica cada día, porque cuanto más se utiliza este poder, más se conoce” (Robin Sharma, autor de El líder que no tenía cargo).